Mariana
(Historias de una residencia de ancianos)
Cuando Mariana despertó,
era casi de noche. Todo estaba oscuro y tenía como un peso en el corazón. La
foto familiar estaba en el suelo… “Yo juraría que la había puesto en la cómoda…”
Se levantó de la
cama, la recogió y la besó. Colocándola en su sitio.
Dio la luz y miró el
reloj. Eran las siete y media de la tarde, ahora oscurecía muy pronto. Se había
echado un rato antes de bajar a comer, pero se había dormido profundamente y
había despertado casi a la hora de cenar.
Se duchó, se peinó y
se plantó frente a su armario. Cogió un vestido de alegre estampado, que hacía
años que no se ponía, se miró al espejo con coquetería y se sonrió,
- ¡Fuera ya lo
negro!, se acabó el luto.
Se dispuso a bajar al
comedor.
- Un poco más y pierdo
la cena. Ya he perdido la comida y mi estómago me lo reprocha.
Ya en el comedor se
sentó junto a Francisco que la miraba admirado.
- ¡Que guapa te has
puesto, Mariana! ¿Se puede saber el motivo?
- Muy simple, Francisco,
porque hoy soy feliz.
- Y yo me alegro.
¿Cómo ha ido el viaje?
- ¡De perlas,
gorrión, de perlas!
- ¿No me lo cuentas?
- Otro día, hoy déjame
saborear la miel a solas. Ha sido maravilloso y aún no lo he digerido. ¿No te
enfadas, verdad?
- No, Mariana, ¿Cómo
voy a enfadarme contigo? Si tu eres feliz yo también lo soy, y eso me basta.
- ¡Gracias gorrión,
eres un cielo!
Mariana besa la mano
de Francisco y los dos comen en silencio. Francisco se siente herido, aunque lo
disimula, al no recibir la confidencia de Mariana. Ese cambio extraño que nota
en ella le tiene un poco inquieto.
Está guapa con ese
traje, que nunca antes le ha visto. Siente algo extraño dentro de él, pero no
puede explicarse que es. Se siente inquieto, como si algún peligro acechara su
amistad con Mariana.
Mientras come y
siente esa inquietud nueva, piensa en sus hijos, en su abandono, en su soledad.
Esa soledad infinita del desamor que trae la vejez y que a todo el mundo le
toca vivir más tarde o más temprano. Recuerda la famosa frase que dice Mariana
de ese indio cuyo nombre no consigue recordar, ni aprender… “Tus hijos no son
tus hijos, son hijos e hijas de la vida…” Y sus ojos se llenan de lágrimas.
- ¿Qué pasa
Francisco, te has molestado conmigo?
- No, Mariana, estaba
recordando…
- ¡Venga gorrión, no
me entristezcas…!
Francisco, da un
furioso manotazo y se limpia las lágrimas. Otra vez piensa que Mariana está muy
cambiada y no sólo en su exterior sino también por dentro. En otra ocasión se hubiera
mostrado menos egoísta.
Después de cenar, dan
un paseo por el jardín. El cielo está limpio, lleno de estrellas. La noche es
cálida a pesar de estar ya casi a finales de octubre.
- Como no llueva lo
vamos a pasar canutas.
Mariana comenta la
falta de lluvia del otoño.
- Es cierto, lo vamos
a pasar mal. Estamos ya a final de octubre y aún no ha caído una gota.
- ¡Es verdad,
Francisco, mañana es treinta y uno!, ya decía yo que por qué habían puesto tantos
frutos secos en la comida. Sabes, cuando yo era una niña a mi me gustaba mucho
ir a comprar frutos al mercado con mi madre. Ella me compraba una caña a la que
llamaban “Cañadul”. Tenía un sabor muy áspero, pero a la vez muy dulce cuando
la masticabas, solo que a mi me ponía los dientes largos y casi nunca la
mordía, en cambio otros crios le pegaban cada mordisco…
- Es verdad, Mariana,
yo también la recuerdo, pero a mi mis padres no me la compraban, porque a ellos
no les gustaba esa fiesta…
Francisco vuelve a
contemplar a Mariana, ¡que guapa está con ese vestido! Algo se le remueve por
dentro, algo extraño y agridulce, algo que nunca ha sentido junto a ella.
...
Los residentes que
pueden, marchan al cementerio a llevar flores a sus muertos. A Mariana no le
gusta esta tradición. Ella piensa que las cosas hay que hacerlas en vida,
después… ¿para qué?
Cree firmemente que
el cuerpo es materia que se desintegra una vez que la muerte nos abraza. Todo
acaba. “Polvo eres y en polvo te convertirás”.
Francisco no está
conforme con Mariana. Ambos toman el desayuno. Mariana enciende un cigarro y
ambos filosofan sobre la muerte.
- ¡Vamos a ver,
Mariana!, ¿cómo puede convertirse en polvo un pensamiento, una forma de ser, un
sentimiento de bondad o maldad, un orgullo?
- Porque todo eso se
crea en nuestro cerebro y nuestro cerebro también es materia y la materia se destruye
con la muerte.
- No, yo no estoy de
acuerdo contigo. Esos sentimientos tienen que ir a algún sitio. Tiene que
existir otra vida que nos compense de todo lo que sufrimos en esta.
- Parece mentira,
Francisco, tan grande y tan inocente, cuando la sangre deja de regar tu cerebro
y de impulsar tu corazón, se acabó, todo se acabó.
- Pero entonces, todo
lo que sufrimos, ¿Dónde va, para que sirve?
- ¿Para que sirve
tanto dolor y tanto sufrimiento? No lo sé. Pero a donde va sí, a convertirse en
gusanos, nada más.
- ¿Cómo es posible
que una vez que morimos todo se borre, todo desaparezca, como si nunca hubiéramos
existido? No, Mariana, tú estás muy equivocada, Hay un Dios y una vida eterna,
y un día recibiremos el consuelo y el premio por nuestras penas.
Mariana lo mira con
ternura. ¡Pobre ingenuo! Pero si el cree allá él. Contesta:
- Como tú digas
gorrión. Anda, ve con ellos, que ya se van al cementerio, no vayas a quedarte
aquí con tus flores.
- No te burles,
Mariana.
- No me burlo, yo
respeto todas las creencias del mundo, el ser humano necesita creer en algo.
…” ¡Cuantas noches de
mi adolescencia y juventud pasé insomne con este devenir en mi cerebro…!
¡Cuantos dolores de cabeza tratando de adivinar donde irían mis pensamientos
una vez que hubiese muerto!”…
“Tanto penar para
morirse uno”, decía Hernández en un verso.
Que razón llevaba su
poeta favorito, tanto y tanto penar para nada, para convertirse en polvo.
Unos dejan sus
huellas escritas, otros pintadas, otros esculpidas, pero y los que como ella y
Francisco, seres vulgares, no gravan sus huellas… ¿Quién sabrá un siglo después
de su existencia? ¿Quién sabrá que hubo un ser llamado Mariana, que no escribió
un libro, ni pintó un cuadro, ni esculpió una estatua?
Sus descendientes
mirarán su foto, sin saber quien es, sólo para reírse de su traje o su peinado.
O tal vez sólo pasen su mirada indiferente sobre un ser desconocido que no les
dice nada.
Quizás un día, como
el de hoy, alguien deposite una flor en la resquebrajada lápida que guarda sus
huesos, llevado por la tristeza del nicho abandonado, casi desaparecido entre
líquenes y musgo, y comido por el verdín del tiempo.
Mariana se estremece.
Después del desayuno
se va a su habitación y Francisco a llevar las flores a su mujer.
- Tan sólo eso somos,
tan sólo un recuerdo los más afortunados, otros ni siquiera eso… Siente un
fuerte dolor en el pecho, es el peso del olvido en este día de los muertos.
Aunque el médico le
ha prohibido fumar, sale al balcón y enciende un cigarro. El único placer que
le recuerda que aún está viva.
Contempla como otros
seres más sencillos, se preparan para homenajear a sus seres queridos. Algunos
hijos, yernos, nueras y nietos, los recogen en su coche y los acompañan al
Campo Santo. Otros van en equipo acompañados por enfermeros y empleados de la Residencia. Los
mira y sonríe.
- ¡Mírale!, allá va
mi gorrión, en aquel grupo con el Marqués, Sandro (¿habrán hecho ya las
paces?), Agustina y su marido, Rosa (como no, se iba ella a perder un caldeo
aunque sea macabro). ¡Caramba aquella es Carmen!, va en una silla de ruedas.
¡Claro, si ya no puede con su alma! Enciende un segundo cigarro, desde su
balcón se ve la entrada de la
Residencia y todo el ajetreo que se está formando entre
coches y personas.
- Pues no parece una
feria. Bueno no está mal con tantas flores parece que ha llegado la primavera.
¡Anda mira aquella, todo el día echando pestes de su marido y ahora le lleva
flores! Ver para creer.
Se vuelve riendo y
cierra la puerta del balcón. Se prepara para ir a dar una vuelta por el jardín
cuando todos se hayan ido.
Coge su bastón y baja
al jardín. Allí entre hojas que caen y otras que se mantienen firmes en sus
ramas, contempla el cielo que se va cubriendo de nubarrones grises, como si
quisiera acompañar al cortejo que acaba de salir, en su tristeza. Parece que va
a llover.
Un
vientecillo fresco, anuncia el retardado otoño. Las gaviotas alborotan con sus
broncos graznidos, anunciando la lluvia, que por fin espante el fantasma de la
sequía.
El cielo parece
querer acompañar en su tristeza este día de homenaje al que se fue y Mariana se
pregunta ¿Cuándo emprenderá el viaje y quién llorará su adiós? ¿Quién cerrará
mis ojos? El poema de Becquer se le pierde en la memoria, pero no su sentir.
¡Cuánto daría ella por poder expresar lo que siente en un poema! “Estoy segura
que si pudiera hacerlo en un papel esta angustia que siento que me asfixia,
desaparecería y me llenaría de una gran calma. Pero yo no soy poeta. Lo intenté
una vez y sólo me salieron tontunas.
Este uno de
noviembre, el peso de todos los muertos por la nada, de todos esos que no dejan
huella, la está matando.
“Me estoy ahogando en
mis propios pensamientos sin que nada ni nadie me pueda aliviar.”
A lo lejos se oye el
reloj de la parroquia, con sus doce campanadas “El Ángelus”. Instintivamente
recita la oración. Hacía años que no lo hacía, recuerda cuando su madre paraba
la tarea y las dos, con las manos unidas rezaban. “El Ángel del Señor…” Su
madre nunca se pasaba el Ángelus. ¡Que lejos queda todo aquello!
- Ya vuelven los
primeros. Estos ladrones no perdonan la comida ni en un día tan triste. ¡Bravo
por ellos, ellos sí que saben vivir sin que les ahoguen las penas.
...
Tras la comida y el
café, Mariana y Francisco bajan a ver la tele. “La imagen tras el espejo”. La
película trata de la corrupción de los políticos. Un futuro senador manchado
por el tráfico de drogas. Mucho sexo y violencia. Antes de la mitad ya están
aburridos. Francisco le coge la mano y se la aprieta. Mariana un poco extrañada
le sonríe. Los dos se levantan cansados de la película y se marchan al jardín.
Francisco, irritado,
pregunta a Mariana.
- ¿Es que ya no queda
nada limpio en esta vida, Mariana?
- Yo creo que algo
habrá. Aunque haya policías, políticos, mandatarios, prelados y un largo etc.
No todos son corruptos. Aquí estamos tú y yo gorrión. ¿No crees que somos muy
limpios? Porque tú y yo nos bañamos todos los días, ¿no?
- ¡Déjate de bromas
Mariana, te estoy hablando en serio!
- Mira Francisco, tú sabes
que a mí me gusta mucho leer y la historia es así. La corrupción ha existido
siempre, pero también han existido siempre los que luchan contra ella. No todos
los políticos ni policías, etc. son corruptos. Es verdad que hay mucha gente
podrida en el mundo, pero también hay mucha otra honrada.
- Sí, pero según las
noticias, la mayoría de la gente pertenece a la clase canalla.
- ¡Claro!, la gente
honrada no provoca noticias, si no robas, ni matas ni haces ninguna canallada,
no le interesas a los medios de información, “así es el mundo Facundo”, que
diría mi madre.
La buena gente, es la
que en una catástrofe aúna sus esfuerzos por salvar vidas. La que devuelve una
cartera que se encuentra a su dueño. La que ayuda a su vecino, en silencio, sin
ponerse lacitos por un miserable duro que echa en una hucha. La que no se sienta
arregladita y llamando la atención detrás de una mesa petitoria. Esa buena
gente. ¿Tú crees que les interesa mucho a los medios de comunicación? Pero
están ahí Francisco, aunque no toquen bombos y panderetas, están ahí, como
están los que luchan por un mundo mejor sin corrupción.
- Puede que lleves
razón, Mariana.
- Sí, Francisco, sí
que la llevo, aunque a veces, yo misma me desespero ante tanta podredumbre.
Pero detrás de las heridas putrefactas, siempre está la carne sana.
- ¡Gracias Mariana!
- ¿Por qué gorrión?
- Por darme un poco
de esperanza.
- No la pierdas
nunca, eso es lo que nos ayuda a seguir vivos. Sin la esperanza de un mundo
mejor, todo sería demasiado negro.
- Es verdad Mariana.
- Mira la buena gente
queda en el anonimato. Siempre hay un general, que se olvida de que la guerra
la ganó gracias a los miles de soldados que dieron su vida en la batalla.
Siempre hay un arquitecto que olvida a los miles de obreros que levantaron la
catedral tal o el edificio cual. A veces, la gente honrada es como ese ejército
de soldados u obreros anónimo, puede incluso que sean más que los podridos.
Pero la firma del general o el arquitecto, no se explicar el por qué y no me lo
preguntes, siempre vale más que el sudor de la gente anónima.
En fin Francisco, con
este tema se podrían escribir libros y libros y nunca se acabaría. Pero en
conclusión: Existen los corruptos y los que luchan contra ellos, sin cuartel,
aunque les cueste la vida.
…
- El poderos D.
Dinero pudre todo lo que toca, pero siempre ha sido así, no es esta época ni
aquella. La única diferencia entre las épocas, somos nosotros.
Cuando somos ancianos
criticamos todo lo que sucede en la época que estamos viviendo nuestra vejez
pero la realidad es que los chicos que hoy tienen veinte años, no ven lo que está
sucediendo, como no lo veíamos nosotros en la que nos rodeaba entonces.
Cuando tienes veinte
años no escuchas las noticias. No te importan los robos ni los asesinatos si no
tienen que ver contigo o los tuyos. Vives plenamente dedicado al amor y en la diversión.
Yo recuerdo como mis padres se escandalizaban por la libertad y el descaro de
los jóvenes de mi edad, al igual que nosotros nos escandalizamos exactamente
por las mismas cuestiones que ellos. La corrupción, los robos, los asesinatos y
la locura de nuestra juventud, era el tema favorito de mis padres y otros
adultos, cuando yo era joven. La moda de los años veinte, los treinta y los
cuarenta, escandalizaban a las señoras de finales del siglo diecinueve y
principios del veinte.
Nos damos cuenta de lo
que pasa a nuestro alrededor cuando nos va la vida dando golpes a nosotros,
cuando los hechos ya nos afectan directamente.
Un chico mantenido
por sus padres, no sabe de la miseria del paro, a él que más le da, si sus
padres procuran que no les falte de nada.
El mundo siempre ha
sido, es y será el mismo.
El mundo no cambia,
cambiamos nosotros.
-Así será, Mariana,
si tú lo dices.
- Así es Francisco,
pero no lo digo yo, lee un poco de historia y te encontrarás la misma
podredumbre a través de los siglos. El poder, la ambición y el dinero, no
tienen horario ni calendario. Son inmortales.
...
Mariana sentada en su
mesa de la cafetería, ante una humeante taza de café y fumándose un cigarrillo
se entrega a sus meditaciones, provocadas por la película y la conversación de
ayer.
Cuando termina el
café, se da cuenta de que Francisco no ha acudido a su cita diaria y se
sobresalta un poco, luego se tranquiliza ella misma.
- ¡Bah, se habrá
quedado dormido!, aunque tampoco le ha visto en el comedor. El pobre viejo está
muy deprimido últimamente, no se que le pasa.
Su voz la sorprende y
se echa a reír.
…”Estoy hablando
sola, como los viejos que han perdido la chaveta…”
Una sonora carcajada
se le escapa, sorprendiendo a sus compañeros que la miran extrañados. Mariana
tiene fama de seria y sensata.
Coge su bastón y se
levanta de la silla con dificultad.
- ¡Malditos dolores,
me tienen baldada!
Pasea por el pasillo,
como un león enjaulado. Es el ejercicio que hace para calmar el dolor del
reuma. Andando disminuye su fuerza.
En uno de esos paseos
ve acercarse la figura ligera y graciosa de Rosa.
- ¡Mariana, corazón mío!
¿Dónde te metes que no hay quien te vea?
- Debajo de la cama
para que tú no me encuentres.
- Déjate de
cachondeo. ¿Dónde te has metío gachona?
- He estado en Madrid
con mi hijo. Pero ya llevo unos días aquí. ¿Dónde te metes tú gandula?
- ¡Es que tengo mucho
trabajo, hija!
- Ya, ya, cotillear
de la cocina al comedor y del comedor a la lavandería, ¿no?
- ¡Que mala leche
tienes, joía, que mala lengua de serpiente!
Las dos ríen a coro.
- Te invito a un
café, Rosa. Cuando me fui a Madrid, me quedé con las ganas de que me contaras
que le había pasado a la familia de Consti. ¿Por qué no me lo cuentas ahora?
- Vale, pero tú
pagas, porque a estas alturas yo ya no tengo un duro.
- Tú lo que eres es
más agarrá que un chotis.
- ¡Mala lengua, mala
lengua que tiene la gente!
- ¡Sí, sí, claro!
Las dos saborean el
café y Rosa empieza a desgranar su historia.
…
- ¿Te acuerdas que el
Pericles, el padre de Consti y el tío Sancho se llevaban a matar por culpa de
la política?
- Sí, me acuerdo.
- Pues un día, el
Sancho entró como una cuba, dando golpes en los muebles y maldiciendo a los
republicanos, a los socialistas y sobre todo se cagó en la madre de los
sindicalistas… Bueno, el Pericles se levantó del sillón y puso verde a los
fascistas y a la madre que los parió. ¡Dios la que se armó! ¡Estaban tan
acaloraos que llegaron a las manos! Empujones pa´cá, rempujones pa´llá. El uno
le pega una torta, el otro una bofetá… ¡Madre mía, la que se lió! El Pericles
que le pega un achuchón al Sancho, este que se cae al suelo, que se levanta,
que se coge un cuchillo de la mesa (que acababan de almorzar) y que se lanza a
pegarle una cuchillá al Pericles. La
Elisa que se mete por medio y ¡zas! le dá la puñalá a la
pobre. Se queó en el sitio, no hubo manera de salvarla. Se llevaron a los dos a
la cárcel y la pobre Consti, chillaba y chillaba como una loca. La Consti se la llevaron a un
manicomio con una camisa de fuerza, ¡pobrecita que pena daba! Al Pericles y al
Sancho a la cárcel, (mu bien merecio por burros) aunque el Pericles no estuvo
mucho tiempo, pero el Sancho según tengo entendio murió en la cárcel, allí
también se metió en política y creo que amaneció rajao. A mi no me da pena, se
lo tenía merecio, por matar a la inocente de su hermana…
- Vamos Rosa no seas
tu tan bestia, el alcohol y el fanatismo, vuelven locas a las personas.
- Tó lo loco que tu
quieras, pero la pobre Elisa no merecía una muerte tan mala. ¡Tan joven,
pobrecica!
- ¿Y que pasó con
Consti?
- Mañana me invitas a
otro café y te lo cuento, ahora tengo mucho que hacer.
- ¡Hale, vete con tus
cotilleos!
...
Mariana esta deseando
que aparezca Rosa y termine de contarle la historia de Consti. Siente cierta
curiosidad por esa extraña mujer, que se cree una niña.
Rosa llegó media hora
tarde, Mariana ya estaba desesperada y se iba a levantar cuando la vio aparecer
parloteando con dos limpiadoras.
-¿Se puede saber que
clase de persona eres tú, que dejas plantada a la gente?
-¿Plantá, pos no
estoy aquí?
-Sí, media hora
después.
-¡Oye, María mandona,
que tú no eres mi madre!
-¡Puff, Dios me
libre!
-Bueno, ¿y ese café?
-El tuyo ya me lo he
bebido y tres más, anda y pídelo, que hasta la máquina está aburrida de
esperarte. Venga cuenta ya que pasó con Consti.
-Se la llevaron al
manicomio, y allí no se le podía ver, tardaron por lo menos tres o cuatro años,
hasta que un día, la madrina nos digo, que ya podía recibir visitas, mi madre
la quería mucho, le había visto crecer ¡y tu sabes!, aunque no era de mis
amigas, siempre estaba con mi grupo de chiquillas de la calle. A mi madre se le
ocurrió ir a verla, se la habían llevao al Miraflores, a Sevilla, y allí nos
fuimos.
-De verdad fuiste a
verla al manicomio.
-Te lo juro, por
estas.
Rosa hace una cruz
con los dedos y la besa.
-¡Cuenta, cuenta!
-Veras, la Consti tenía un depresión o
algo así muy grave y se la llevaron los loqueros, como no podían con ella
porque pegaba y mordía le pusieron una camisa de fuerza y pá Sevilla chutando.
A mi me dio mucha pena, era una chiquilla como yo. Como te he dicho no le
permitieron las visitas hasta mucho tiempo después y allá que nos plantamos en
Sevilla mi madre y yo y la madrina.
Cuando la vimos
estaba mu callá, mu triste, no hablaba ná, sólo lloraba y lloraba y abrazaba a
su madrina. Estaba canija, en los huesos, yo no podía aguantar tanto llanto y
me escapé sin que se dieran cuenta y me metí por unos pasillos, mu largos y mu…
uff, aquello parecía una película de miedo. No tenía na que ver con la entrá.
El jardín era enorme, con muchos árboles, muchos bancos, donde se sentaban los
enfermos con las enfermeras, no tenía na que ver con los adentros, na que ver,
por mi madre de mi alma. Aquellos pasillos tan oscuros, tan largos, yo tenía el
corazón encogío. Al dar una revuelta me veo una vieja desgreñá, con los ojos
saltones, más fea que Picio, que me hace ¡juff! Me pegó un susto que di un
salto que no te vea y encima la tía me perseguía, yo corría y ella corría, me
paraba y miraba pa´tras, y otra vez con el ¡juff! Me cagé en la madre que la
parió y me escondí en un recodo y escucho cú, cú, cú cú. Me vuelvo y que te
crees que veo detrás, no te rias joer, que a mi se me ponen los vellos como
alambres cuando me acuerdo de aquello…
-Es que me imagino tu
cara y la vieja detrás.
-Si ahora parece de
risa, pero yo me moría de miedo.
-Bueno sigue, ya no
me río, ¿qué había detrás?
-¡Un reloj!
-¿Y que tiene de
interesante un reloj?
-Que no era un reloj,
que era un tío-reloj.
- ¿Que dices Rosa?
-Que era un tío, con
un reloj de cartón, como una caja, como un vestío, y un reloj pintao en esa
caja o vestío, y además sacaba un
pajarito y decía cu-cu-cu-cu ese me dio mucha risa. Además se movía como un
reloj de verdad de un lao a otro, tic-tac, tic, tac…
-No creo que sea
gracioso la desgracia ajena.
-Tampoco que tu te rías
de mi susto.
.Vale, estamos en
paz, sigue.
-Por otros pasillos
me encontré tíos vestidos como El Napoleón, con sus manos una delante y la otra
detrás y hasta se le parecían. La del ¡juff! me perseguía por todos los rincones
la condená, pero ya no me daba susto.
También habían unas
mujeres, jóvenes y viejas jugando al corro de la patata y cuando decían “sentadita
me quedé” las viejas se daban ca culazo, yo me partía de risa. ¡Vale, vale, no
me mires así, yo era mu joven, y me hacía gracia joe, hoy no me reiría! También
había unos tíos luchando con espadas invisibles, otros que espantaban moscas y
otros que se creían moscardones y daban vueltas a mí alrededor. Bueno, tú no
puedes imaginarte lo que allí había.
Terminé en un pasillo
donde se oían unos gritos horribles pero no se veía a nadie. Los gritos salían
de una habitación cerrá. Los lamentos eran horribles y pudo más mi curiosidad
que mi miedo, me acerqué a la puerta y miré por una mirilla enrejá que tenía la
puerta. Lo que vi me puso los pelos de punta.
Mira, toca, toca,
tengo los pelos de alambre, nunca se´ma´io aquella imagen de la cabeza.
Rosa bebe un sorbo de
café.
-Dame un cigarro.
-¿Pero tu fumas?
-A veces, cuando
estoy mu nerviosa.
-¿Que viste Rosa? No
me dejes con la intriga.
-Había unos loqueros
enormes, no se cuantos, a mi me parecieron muchos, corriendo detrás de un
zagalillo, mu joven, encanijao, completamente desnudo, se le notaban tos los
huesos, que se les escurría ca vez que lo agarraban y que daba unos lamentos
que parecía un lobo aullando. Uno de los loqueros se tiró al suelo y cuando el
chiquillo pasó lo agarró de un pie y lo hizo caer, el chaval se jocicó contra
el suelo y se hizo trizas la nariz, sangraba como un cochino en la matanza.
¡Pobretico! Lo cogieron, lo alzaron y a la fuerza de golpes lo tumbaron en una
camilla mu rara, con grilletes como los de los presos y muchos cables, le
pusieron un casco en la cabeza y lo enchufaron. Aquello era horrible, yo no me
podía mover, temblaba como un azogao. Pero el chiquillo temblaba más cada vez
que le daban una descarga. No pude resistir más y me fui corriendo y llorando,
estaba tan aturdida que me metí por una reja que estaba abierta y me senté en
un banquillo que había allí, sin darme cuenta de que había sentado un tío,
cuando pude calmarme me pegué un susto terrible al ver a aquel hombre sentado a
mi lado. Este sí tenía unos grilletes de verdad atándole las manos. Tenía una
mirá terrible y me miraba como si me quisiera comer.
De pronto apareció
otro de aquellos enormes gorilas vestido de blanco, que me agarró por un brazo
y me lo retorció.
-¿Que haces aquí
mocosa?
-Yo no sabía que
decirle y me llevó al director, este a fuerza de mucho me sacó que me había
perdido y me llevó a la sala de visita. El director reprendió a mi madre y mi
madre me dio un guantazo, que todavía me duele cuando me acuerdo, además de la
que me dio mi padre cuando mi madre se lo contó.
-Y que pasó con
Consti?
-Se quedó allí muchos
años, nunca mas fuimos a verla. Hasta que me la encontré aquí. En mi vida he
vuelto a visitar un manicomio. Por estas.
Rosa se besa la cruz
de los dedos y Mariana se ríe.
-¡No te rías Mariana!
-Es que eres muy
cotilla Rosa, si no te hubieras ido a galismear, no te hubiera pasado nada.
-Es verdad, pero una
es como es y no lo puede evitar.
-A ti no te frenan ni
los palos.
-Eso digo yo, porque
palos man´dao pá dar y pá regalar, por meter las narices donde no me llaman.
Pero desde niña. Ya te contaré otras cosas.
-Sí Rosa, anda termínate
el café, que me voy.
-Vale, jefa.
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