domingo, 4 de junio de 2017

Mariana (Historia de una residencia de ancianos), capítulo V

Mariana

(Historias de una residencia de ancianos)


Capítulo Quinto



Cuando Mariana despertó, era casi de noche. Todo estaba oscuro y tenía como un peso en el corazón. La foto familiar estaba en el suelo… “Yo juraría que la había puesto en la cómoda…”

Se levantó de la cama, la recogió y la besó. Colocándola en su sitio.

Dio la luz y miró el reloj. Eran las siete y media de la tarde, ahora oscurecía muy pronto. Se había echado un rato antes de bajar a comer, pero se había dormido profundamente y había despertado casi a la hora de cenar.

Se duchó, se peinó y se plantó frente a su armario. Cogió un vestido de alegre estampado, que hacía años que no se ponía, se miró al espejo con coquetería y se sonrió,

- ¡Fuera ya lo negro!, se acabó el luto.

Se dispuso a bajar al comedor.

- Un poco más y pierdo la cena. Ya he perdido la comida y mi estómago me lo reprocha.

Ya en el comedor se sentó junto a Francisco que la miraba admirado.

- ¡Que guapa te has puesto, Mariana! ¿Se puede saber el motivo?

- Muy simple, Francisco, porque hoy soy feliz.

- Y yo me alegro. ¿Cómo ha ido el viaje?

- ¡De perlas, gorrión, de perlas!

- ¿No me lo cuentas?

- Otro día, hoy déjame saborear la miel a solas. Ha sido maravilloso y aún no lo he digerido. ¿No te enfadas, verdad?

- No, Mariana, ¿Cómo voy a enfadarme contigo? Si tu eres feliz yo también lo soy, y eso me basta.

- ¡Gracias gorrión, eres un cielo!

Mariana besa la mano de Francisco y los dos comen en silencio. Francisco se siente herido, aunque lo disimula, al no recibir la confidencia de Mariana. Ese cambio extraño que nota en ella le tiene un poco inquieto.

Está guapa con ese traje, que nunca antes le ha visto. Siente algo extraño dentro de él, pero no puede explicarse que es. Se siente inquieto, como si algún peligro acechara su amistad con Mariana.

Mientras come y siente esa inquietud nueva, piensa en sus hijos, en su abandono, en su soledad. Esa soledad infinita del desamor que trae la vejez y que a todo el mundo le toca vivir más tarde o más temprano. Recuerda la famosa frase que dice Mariana de ese indio cuyo nombre no consigue recordar, ni aprender… “Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida…” Y sus ojos se llenan de lágrimas.

- ¿Qué pasa Francisco, te has molestado conmigo?

- No, Mariana, estaba recordando…

- ¡Venga gorrión, no me entristezcas…!

Francisco, da un furioso manotazo y se limpia las lágrimas. Otra vez piensa que Mariana está muy cambiada y no sólo en su exterior sino también por dentro. En otra ocasión se hubiera mostrado menos egoísta.

Después de cenar, dan un paseo por el jardín. El cielo está limpio, lleno de estrellas. La noche es cálida a pesar de estar ya casi a finales de octubre.

- Como no llueva lo vamos a pasar canutas.

Mariana comenta la falta de lluvia del otoño.

- Es cierto, lo vamos a pasar mal. Estamos ya a final de octubre y aún no ha caído una gota.

- ¡Es verdad, Francisco, mañana es treinta y uno!, ya decía yo que por qué habían puesto tantos frutos secos en la comida. Sabes, cuando yo era una niña a mi me gustaba mucho ir a comprar frutos al mercado con mi madre. Ella me compraba una caña a la que llamaban “Cañadul”. Tenía un sabor muy áspero, pero a la vez muy dulce cuando la masticabas, solo que a mi me ponía los dientes largos y casi nunca la mordía, en cambio otros crios le pegaban cada mordisco…

- Es verdad, Mariana, yo también la recuerdo, pero a mi mis padres no me la compraban, porque a ellos no les gustaba esa fiesta…

Francisco vuelve a contemplar a Mariana, ¡que guapa está con ese vestido! Algo se le remueve por dentro, algo extraño y agridulce, algo que nunca ha sentido junto a ella.


...


Los residentes que pueden, marchan al cementerio a llevar flores a sus muertos. A Mariana no le gusta esta tradición. Ella piensa que las cosas hay que hacerlas en vida, después… ¿para qué?

Cree firmemente que el cuerpo es materia que se desintegra una vez que la muerte nos abraza. Todo acaba. “Polvo eres y en polvo te convertirás”.

Francisco no está conforme con Mariana. Ambos toman el desayuno. Mariana enciende un cigarro y ambos filosofan sobre la muerte.

- ¡Vamos a ver, Mariana!, ¿cómo puede convertirse en polvo un pensamiento, una forma de ser, un sentimiento de bondad o maldad, un orgullo?

- Porque todo eso se crea en nuestro cerebro y nuestro cerebro también es materia y la materia se destruye con la muerte.

- No, yo no estoy de acuerdo contigo. Esos sentimientos tienen que ir a algún sitio. Tiene que existir otra vida que nos compense de todo lo que sufrimos en esta.

- Parece mentira, Francisco, tan grande y tan inocente, cuando la sangre deja de regar tu cerebro y de impulsar tu corazón, se acabó, todo se acabó.

- Pero entonces, todo lo que sufrimos, ¿Dónde va, para que sirve?

- ¿Para que sirve tanto dolor y tanto sufrimiento? No lo sé. Pero a donde va sí, a convertirse en gusanos, nada más.

- ¿Cómo es posible que una vez que morimos todo se borre, todo desaparezca, como si nunca hubiéramos existido? No, Mariana, tú estás muy equivocada, Hay un Dios y una vida eterna, y un día recibiremos el consuelo y el premio por nuestras penas.

Mariana lo mira con ternura. ¡Pobre ingenuo! Pero si el cree allá él. Contesta:

- Como tú digas gorrión. Anda, ve con ellos, que ya se van al cementerio, no vayas a quedarte aquí con tus flores.

- No te burles, Mariana.

- No me burlo, yo respeto todas las creencias del mundo, el ser humano necesita creer en algo.

…” ¡Cuantas noches de mi adolescencia y juventud pasé insomne con este devenir en mi cerebro…! ¡Cuantos dolores de cabeza tratando de adivinar donde irían mis pensamientos una vez que hubiese muerto!”…

“Tanto penar para morirse uno”, decía Hernández en un verso.

Que razón llevaba su poeta favorito, tanto y tanto penar para nada, para convertirse en polvo.

Unos dejan sus huellas escritas, otros pintadas, otros esculpidas, pero y los que como ella y Francisco, seres vulgares, no gravan sus huellas… ¿Quién sabrá un siglo después de su existencia? ¿Quién sabrá que hubo un ser llamado Mariana, que no escribió un libro, ni pintó un cuadro, ni esculpió una estatua?

Sus descendientes mirarán su foto, sin saber quien es, sólo para reírse de su traje o su peinado. O tal vez sólo pasen su mirada indiferente sobre un ser desconocido que no les dice nada.

Quizás un día, como el de hoy, alguien deposite una flor en la resquebrajada lápida que guarda sus huesos, llevado por la tristeza del nicho abandonado, casi desaparecido entre líquenes y musgo, y comido por el verdín del tiempo.

Mariana se estremece.

Después del desayuno se va a su habitación y Francisco a llevar las flores a su mujer.

- Tan sólo eso somos, tan sólo un recuerdo los más afortunados, otros ni siquiera eso… Siente un fuerte dolor en el pecho, es el peso del olvido en este día de los muertos.

Aunque el médico le ha prohibido fumar, sale al balcón y enciende un cigarro. El único placer que le recuerda que aún está viva.

Contempla como otros seres más sencillos, se preparan para homenajear a sus seres queridos. Algunos hijos, yernos, nueras y nietos, los recogen en su coche y los acompañan al Campo Santo. Otros van en equipo acompañados por enfermeros y empleados de la Residencia. Los mira y sonríe.

- ¡Mírale!, allá va mi gorrión, en aquel grupo con el Marqués, Sandro (¿habrán hecho ya las paces?), Agustina y su marido, Rosa (como no, se iba ella a perder un caldeo aunque sea macabro). ¡Caramba aquella es Carmen!, va en una silla de ruedas. ¡Claro, si ya no puede con su alma! Enciende un segundo cigarro, desde su balcón se ve la entrada de la Residencia y todo el ajetreo que se está formando entre coches y personas.

- Pues no parece una feria. Bueno no está mal con tantas flores parece que ha llegado la primavera. ¡Anda mira aquella, todo el día echando pestes de su marido y ahora le lleva flores! Ver para creer.

Se vuelve riendo y cierra la puerta del balcón. Se prepara para ir a dar una vuelta por el jardín cuando todos se hayan ido.

Coge su bastón y baja al jardín. Allí entre hojas que caen y otras que se mantienen firmes en sus ramas, contempla el cielo que se va cubriendo de nubarrones grises, como si quisiera acompañar al cortejo que acaba de salir, en su tristeza. Parece que va a llover.

  Un vientecillo fresco, anuncia el retardado otoño. Las gaviotas alborotan con sus broncos graznidos, anunciando la lluvia, que por fin espante el fantasma de la sequía.

El cielo parece querer acompañar en su tristeza este día de homenaje al que se fue y Mariana se pregunta ¿Cuándo emprenderá el viaje y quién llorará su adiós? ¿Quién cerrará mis ojos? El poema de Becquer se le pierde en la memoria, pero no su sentir. ¡Cuánto daría ella por poder expresar lo que siente en un poema! “Estoy segura que si pudiera hacerlo en un papel esta angustia que siento que me asfixia, desaparecería y me llenaría de una gran calma. Pero yo no soy poeta. Lo intenté una vez y sólo me salieron tontunas.

Este uno de noviembre, el peso de todos los muertos por la nada, de todos esos que no dejan huella, la está matando.

“Me estoy ahogando en mis propios pensamientos sin que nada ni nadie me pueda aliviar.”

A lo lejos se oye el reloj de la parroquia, con sus doce campanadas “El Ángelus”. Instintivamente recita la oración. Hacía años que no lo hacía, recuerda cuando su madre paraba la tarea y las dos, con las manos unidas rezaban. “El Ángel del Señor…” Su madre nunca se pasaba el Ángelus. ¡Que lejos queda todo aquello!

- Ya vuelven los primeros. Estos ladrones no perdonan la comida ni en un día tan triste. ¡Bravo por ellos, ellos sí que saben vivir sin que les ahoguen las penas.


...


Tras la comida y el café, Mariana y Francisco bajan a ver la tele. “La imagen tras el espejo”. La película trata de la corrupción de los políticos. Un futuro senador manchado por el tráfico de drogas. Mucho sexo y violencia. Antes de la mitad ya están aburridos. Francisco le coge la mano y se la aprieta. Mariana un poco extrañada le sonríe. Los dos se levantan cansados de la película y se marchan al jardín.

Francisco, irritado, pregunta a Mariana.

- ¿Es que ya no queda nada limpio en esta vida, Mariana?

- Yo creo que algo habrá. Aunque haya policías, políticos, mandatarios, prelados y un largo etc. No todos son corruptos. Aquí estamos tú y yo gorrión. ¿No crees que somos muy limpios? Porque tú y yo nos bañamos todos los días, ¿no?

- ¡Déjate de bromas Mariana, te estoy hablando en serio!

- Mira Francisco, tú sabes que a mí me gusta mucho leer y la historia es así. La corrupción ha existido siempre, pero también han existido siempre los que luchan contra ella. No todos los políticos ni policías, etc. son corruptos. Es verdad que hay mucha gente podrida en el mundo, pero también hay mucha otra honrada.

- Sí, pero según las noticias, la mayoría de la gente pertenece a la clase canalla.

- ¡Claro!, la gente honrada no provoca noticias, si no robas, ni matas ni haces ninguna canallada, no le interesas a los medios de información, “así es el mundo Facundo”, que diría mi madre.

La buena gente, es la que en una catástrofe aúna sus esfuerzos por salvar vidas. La que devuelve una cartera que se encuentra a su dueño. La que ayuda a su vecino, en silencio, sin ponerse lacitos por un miserable duro que echa en una hucha. La que no se sienta arregladita y llamando la atención detrás de una mesa petitoria. Esa buena gente. ¿Tú crees que les interesa mucho a los medios de comunicación? Pero están ahí Francisco, aunque no toquen bombos y panderetas, están ahí, como están los que luchan por un mundo mejor sin corrupción.

- Puede que lleves razón, Mariana.

- Sí, Francisco, sí que la llevo, aunque a veces, yo misma me desespero ante tanta podredumbre. Pero detrás de las heridas putrefactas, siempre está la carne sana.

- ¡Gracias Mariana!

- ¿Por qué gorrión?

- Por darme un poco de esperanza.

- No la pierdas nunca, eso es lo que nos ayuda a seguir vivos. Sin la esperanza de un mundo mejor, todo sería demasiado negro.

- Es verdad Mariana.

- Mira la buena gente queda en el anonimato. Siempre hay un general, que se olvida de que la guerra la ganó gracias a los miles de soldados que dieron su vida en la batalla. Siempre hay un arquitecto que olvida a los miles de obreros que levantaron la catedral tal o el edificio cual. A veces, la gente honrada es como ese ejército de soldados u obreros anónimo, puede incluso que sean más que los podridos. Pero la firma del general o el arquitecto, no se explicar el por qué y no me lo preguntes, siempre vale más que el sudor de la gente anónima.

En fin Francisco, con este tema se podrían escribir libros y libros y nunca se acabaría. Pero en conclusión: Existen los corruptos y los que luchan contra ellos, sin cuartel, aunque les cueste la vida.



- El poderos D. Dinero pudre todo lo que toca, pero siempre ha sido así, no es esta época ni aquella. La única diferencia entre las épocas, somos nosotros.

Cuando somos ancianos criticamos todo lo que sucede en la época que estamos viviendo nuestra vejez pero la realidad es que los chicos que hoy tienen veinte años, no ven lo que está sucediendo, como no lo veíamos nosotros en la que nos rodeaba entonces.

Cuando tienes veinte años no escuchas las noticias. No te importan los robos ni los asesinatos si no tienen que ver contigo o los tuyos. Vives plenamente dedicado al amor y en la diversión. Yo recuerdo como mis padres se escandalizaban por la libertad y el descaro de los jóvenes de mi edad, al igual que nosotros nos escandalizamos exactamente por las mismas cuestiones que ellos. La corrupción, los robos, los asesinatos y la locura de nuestra juventud, era el tema favorito de mis padres y otros adultos, cuando yo era joven. La moda de los años veinte, los treinta y los cuarenta, escandalizaban a las señoras de finales del siglo diecinueve y principios del veinte.

Nos damos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor cuando nos va la vida dando golpes a nosotros, cuando los hechos ya nos afectan directamente.

Un chico mantenido por sus padres, no sabe de la miseria del paro, a él que más le da, si sus padres procuran que no les falte de nada.

El mundo siempre ha sido, es y será el mismo.

El mundo no cambia, cambiamos nosotros.

-Así será, Mariana, si tú lo dices.

- Así es Francisco, pero no lo digo yo, lee un poco de historia y te encontrarás la misma podredumbre a través de los siglos. El poder, la ambición y el dinero, no tienen horario ni calendario. Son inmortales.


...


Mariana sentada en su mesa de la cafetería, ante una humeante taza de café y fumándose un cigarrillo se entrega a sus meditaciones, provocadas por la película y la conversación de ayer.

Cuando termina el café, se da cuenta de que Francisco no ha acudido a su cita diaria y se sobresalta un poco, luego se tranquiliza ella misma.

- ¡Bah, se habrá quedado dormido!, aunque tampoco le ha visto en el comedor. El pobre viejo está muy deprimido últimamente, no se que le pasa.

Su voz la sorprende y se echa a reír.

…”Estoy hablando sola, como los viejos que han perdido la chaveta…”

Una sonora carcajada se le escapa, sorprendiendo a sus compañeros que la miran extrañados. Mariana tiene fama de seria y sensata.

Coge su bastón y se levanta de la silla con dificultad.

- ¡Malditos dolores, me tienen baldada!

Pasea por el pasillo, como un león enjaulado. Es el ejercicio que hace para calmar el dolor del reuma. Andando disminuye su fuerza.

En uno de esos paseos ve acercarse la figura ligera y graciosa de Rosa.

- ¡Mariana, corazón mío! ¿Dónde te metes que no hay quien te vea?

- Debajo de la cama para que tú no me encuentres.

- Déjate de cachondeo. ¿Dónde te has metío gachona?

- He estado en Madrid con mi hijo. Pero ya llevo unos días aquí. ¿Dónde te metes tú gandula?

- ¡Es que tengo mucho trabajo, hija!

- Ya, ya, cotillear de la cocina al comedor y del comedor a la lavandería, ¿no?

- ¡Que mala leche tienes, joía, que mala lengua de serpiente!

Las dos ríen a coro.

- Te invito a un café, Rosa. Cuando me fui a Madrid, me quedé con las ganas de que me contaras que le había pasado a la familia de Consti. ¿Por qué no me lo cuentas ahora?

- Vale, pero tú pagas, porque a estas alturas yo ya no tengo un duro.

- Tú lo que eres es más agarrá que un chotis.

- ¡Mala lengua, mala lengua que tiene la gente!

- ¡Sí, sí, claro!

Las dos saborean el café y Rosa empieza a desgranar su historia.



- ¿Te acuerdas que el Pericles, el padre de Consti y el tío Sancho se llevaban a matar por culpa de la política?

- Sí, me acuerdo.

- Pues un día, el Sancho entró como una cuba, dando golpes en los muebles y maldiciendo a los republicanos, a los socialistas y sobre todo se cagó en la madre de los sindicalistas… Bueno, el Pericles se levantó del sillón y puso verde a los fascistas y a la madre que los parió. ¡Dios la que se armó! ¡Estaban tan acaloraos que llegaron a las manos! Empujones pa´cá, rempujones pa´llá. El uno le pega una torta, el otro una bofetá… ¡Madre mía, la que se lió! El Pericles que le pega un achuchón al Sancho, este que se cae al suelo, que se levanta, que se coge un cuchillo de la mesa (que acababan de almorzar) y que se lanza a pegarle una cuchillá al Pericles. La Elisa que se mete por medio y ¡zas! le dá la puñalá a la pobre. Se queó en el sitio, no hubo manera de salvarla. Se llevaron a los dos a la cárcel y la pobre Consti, chillaba y chillaba como una loca. La Consti se la llevaron a un manicomio con una camisa de fuerza, ¡pobrecita que pena daba! Al Pericles y al Sancho a la cárcel, (mu bien merecio por burros) aunque el Pericles no estuvo mucho tiempo, pero el Sancho según tengo entendio murió en la cárcel, allí también se metió en política y creo que amaneció rajao. A mi no me da pena, se lo tenía merecio, por matar a la inocente de su hermana…

- Vamos Rosa no seas tu tan bestia, el alcohol y el fanatismo, vuelven locas a las personas.

- Tó lo loco que tu quieras, pero la pobre Elisa no merecía una muerte tan mala. ¡Tan joven, pobrecica!

- ¿Y que pasó con Consti?

- Mañana me invitas a otro café y te lo cuento, ahora tengo mucho que hacer.

- ¡Hale, vete con tus cotilleos!


...


Mariana esta deseando que aparezca Rosa y termine de contarle la historia de Consti. Siente cierta curiosidad por esa extraña mujer, que se cree una niña.

Rosa llegó media hora tarde, Mariana ya estaba desesperada y se iba a levantar cuando la vio aparecer parloteando con dos limpiadoras.

-¿Se puede saber que clase de persona eres tú, que dejas plantada a la gente?

-¿Plantá, pos no estoy aquí?

-Sí, media hora después.

-¡Oye, María mandona, que tú no eres mi madre!

-¡Puff, Dios me libre!

-Bueno, ¿y ese café?

-El tuyo ya me lo he bebido y tres más, anda y pídelo, que hasta la máquina está aburrida de esperarte. Venga cuenta ya que pasó con Consti.

-Se la llevaron al manicomio, y allí no se le podía ver, tardaron por lo menos tres o cuatro años, hasta que un día, la madrina nos digo, que ya podía recibir visitas, mi madre la quería mucho, le había visto crecer ¡y tu sabes!, aunque no era de mis amigas, siempre estaba con mi grupo de chiquillas de la calle. A mi madre se le ocurrió ir a verla, se la habían llevao al Miraflores, a Sevilla, y allí nos fuimos.

-De verdad fuiste a verla al manicomio.

-Te lo juro, por estas.

Rosa hace una cruz con los dedos y la besa.

-¡Cuenta, cuenta!

-Veras, la Consti tenía un depresión o algo así muy grave y se la llevaron los loqueros, como no podían con ella porque pegaba y mordía le pusieron una camisa de fuerza y pá Sevilla chutando. A mi me dio mucha pena, era una chiquilla como yo. Como te he dicho no le permitieron las visitas hasta mucho tiempo después y allá que nos plantamos en Sevilla mi madre y yo y la madrina.

Cuando la vimos estaba mu callá, mu triste, no hablaba ná, sólo lloraba y lloraba y abrazaba a su madrina. Estaba canija, en los huesos, yo no podía aguantar tanto llanto y me escapé sin que se dieran cuenta y me metí por unos pasillos, mu largos y mu… uff, aquello parecía una película de miedo. No tenía na que ver con la entrá. El jardín era enorme, con muchos árboles, muchos bancos, donde se sentaban los enfermos con las enfermeras, no tenía na que ver con los adentros, na que ver, por mi madre de mi alma. Aquellos pasillos tan oscuros, tan largos, yo tenía el corazón encogío. Al dar una revuelta me veo una vieja desgreñá, con los ojos saltones, más fea que Picio, que me hace ¡juff! Me pegó un susto que di un salto que no te vea y encima la tía me perseguía, yo corría y ella corría, me paraba y miraba pa´tras, y otra vez con el ¡juff! Me cagé en la madre que la parió y me escondí en un recodo y escucho cú, cú, cú cú. Me vuelvo y que te crees que veo detrás, no te rias joer, que a mi se me ponen los vellos como alambres cuando me acuerdo de aquello…

-Es que me imagino tu cara y la vieja detrás.

-Si ahora parece de risa, pero yo me moría de miedo.

-Bueno sigue, ya no me río, ¿qué había detrás?

-¡Un reloj!

-¿Y que tiene de interesante un reloj?

-Que no era un reloj, que era un tío-reloj.

- ¿Que dices Rosa?

-Que era un tío, con un reloj de cartón, como una caja, como un vestío, y un reloj pintao en esa caja o vestío, y además sacaba  un pajarito y decía cu-cu-cu-cu ese me dio mucha risa. Además se movía como un reloj de verdad de un lao a otro, tic-tac, tic, tac…

-No creo que sea gracioso la desgracia ajena.

-Tampoco que tu te rías de mi susto.

.Vale, estamos en paz, sigue.

-Por otros pasillos me encontré tíos vestidos como El Napoleón, con sus manos una delante y la otra detrás y hasta se le parecían. La del ¡juff! me perseguía por todos los rincones la condená, pero ya no me daba susto.

También habían unas mujeres, jóvenes y viejas jugando al corro de la patata y cuando decían “sentadita me quedé” las viejas se daban ca culazo, yo me partía de risa. ¡Vale, vale, no me mires así, yo era mu joven, y me hacía gracia joe, hoy no me reiría! También había unos tíos luchando con espadas invisibles, otros que espantaban moscas y otros que se creían moscardones y daban vueltas a mí alrededor. Bueno, tú no puedes imaginarte lo que allí había.

Terminé en un pasillo donde se oían unos gritos horribles pero no se veía a nadie. Los gritos salían de una habitación cerrá. Los lamentos eran horribles y pudo más mi curiosidad que mi miedo, me acerqué a la puerta y miré por una mirilla enrejá que tenía la puerta. Lo que vi me puso los pelos de punta.

Mira, toca, toca, tengo los pelos de alambre, nunca se´ma´io aquella imagen de la cabeza.

Rosa bebe un sorbo de café.

-Dame un cigarro.

-¿Pero tu fumas?

-A veces, cuando estoy mu nerviosa.

-¿Que viste Rosa? No me dejes con la intriga.

-Había unos loqueros enormes, no se cuantos, a mi me parecieron muchos, corriendo detrás de un zagalillo, mu joven, encanijao, completamente desnudo, se le notaban tos los huesos, que se les escurría ca vez que lo agarraban y que daba unos lamentos que parecía un lobo aullando. Uno de los loqueros se tiró al suelo y cuando el chiquillo pasó lo agarró de un pie y lo hizo caer, el chaval se jocicó contra el suelo y se hizo trizas la nariz, sangraba como un cochino en la matanza. ¡Pobretico! Lo cogieron, lo alzaron y a la fuerza de golpes lo tumbaron en una camilla mu rara, con grilletes como los de los presos y muchos cables, le pusieron un casco en la cabeza y lo enchufaron. Aquello era horrible, yo no me podía mover, temblaba como un azogao. Pero el chiquillo temblaba más cada vez que le daban una descarga. No pude resistir más y me fui corriendo y llorando, estaba tan aturdida que me metí por una reja que estaba abierta y me senté en un banquillo que había allí, sin darme cuenta de que había sentado un tío, cuando pude calmarme me pegué un susto terrible al ver a aquel hombre sentado a mi lado. Este sí tenía unos grilletes de verdad atándole las manos. Tenía una mirá terrible y me miraba como si me quisiera comer.

De pronto apareció otro de aquellos enormes gorilas vestido de blanco, que me agarró por un brazo y me lo retorció.

-¿Que haces aquí mocosa?

-Yo no sabía que decirle y me llevó al director, este a fuerza de mucho me sacó que me había perdido y me llevó a la sala de visita. El director reprendió a mi madre y mi madre me dio un guantazo, que todavía me duele cuando me acuerdo, además de la que me dio mi padre cuando mi madre se lo contó.

-Y que pasó con Consti?

-Se quedó allí muchos años, nunca mas fuimos a verla. Hasta que me la encontré aquí. En mi vida he vuelto a visitar un manicomio. Por estas.

Rosa se besa la cruz de los dedos y Mariana se ríe.

-¡No te rías Mariana!

-Es que eres muy cotilla Rosa, si no te hubieras ido a galismear, no te hubiera pasado nada.

-Es verdad, pero una es como es y no lo puede evitar.

-A ti no te frenan ni los palos.

-Eso digo yo, porque palos man´dao pá dar y pá regalar, por meter las narices donde no me llaman. Pero desde niña. Ya te contaré otras cosas.

-Sí Rosa, anda termínate el café, que me voy.

-Vale, jefa.
 

(Novela de Concha Quintero, Derechos Reservados)

 

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