domingo, 30 de abril de 2017

Mariana (Historia de una residencia de ancianos), Capítulo Tercero

Mariana

(Historias de una residencia de ancianos)


Capítulo Tercero

 




Mientras suben en el ascensor piensa en la última vez que estuvo allí. Prometió no volver nunca más, pero no ha podido negarse a la invitación de su hijo.

Nora, su nuera, es una mala mujer. Ella sabe que la quiere mal, pero como trae sus ahorrillos… “Si a Nora se le tuerce el hocico, me voy a una pensión y Santas Pascuas…”

Deseaba ver a su hijo y a sus nietos y su nuera no va a impedírselo. ¡Se quedará una semana en Madrid, le guste o no le guste a la bruja!

Ella sabe que es el último viaje que hará, es muy mayor y sus dichosos dolores le están haciendo pasar un mal rato.

Quería despedirse de su hijo, pues sabe muy bien, que él no irá a verla. Por eso piensa estar toda una semana aquí, aunque no se pueda quedar en su casa.

Nora es una mujer dominante, absorbente y soberbia, que la quiere muy mal y la juzga por su pasado.

Su hijo tiene mucho dinero y ella se cree una marquesa, pero Mariana, de vez en cuando le recuerda que era sólo la criada de su hijo y Nora no se lo perdona.

Su nieta Marina, la quería mucho cuando era pequeña y las relaciones con Mario, aún no se habían roto del todo. De agustín apenas se acuerda.

Su madre los ha envenenado y los ha vuelto tan estúpidos como ella.

- “Esa mala mujer me ha robado el cariño de mi hijo y de mis nietos”.

Se abre la puerta y aparece el rostro de Nora, sonriente y falso. Le da un par de besos y musita quedamente, con su ridículo castellano mal aprendido.

- ¡Hola mama!, ¿como estás?

- Bien –contesta Mariana secamente.

Nora es una mujer de cuarenta y tantos años o cincuenta, edad que ella oculta y disimula muy bien.

Tiene muy buena presencia. Es muy guapa y elegante. Muy amanerada en sus ademanes (parece estar actuando ante un público imaginario). Estos son cúrsiles y estudiados.

Tiene el pelo teñido de rubio muy claro. Metida en carnes pero no gorda. Lleva una elegante bata rosa, sobre un delicado y transparente camisón del mismo color. Su ropa interior se adivina bajo el atuendo.

…”Encima me recibe en ropa de cama, será sinvergüenza, yo no sé como Mario soporta tanto descaro… ¡Es una bruja…”

 

...

 

Nora había llegado a Madrid buscando trabajo, como la mayoría de las muchachas de pueblo. No sabía hacer otra cosa que servir, pues es lo que había hecho desde pequeña, en casa de unos adinerados cortijeros.

Era muy dominante, orgullosa y soberbia. Se quiso hacer dueña del cortijo y para ello se metió al dueño en el bolsillo; pero su mujer se dio cuenta de lo que pretendía y la despidió desacreditándola y haciendo correr el bulo de que se había acostado con su marido y le había robado un collar, cosa que no era verdad. La gente del pueblo hicieron caso a la calumnia de la señora y su padre, un labrador muy bruto, la echó de casa. Nora tuvo que marcharse del pueblo y decidió probar suerte en la capital.

Mario había puesto un anuncio en el periódico, buscando muchacha para atender su casa y Nora se presentó. A Mario le encantó la personalidad de aquella muchachita, desenvuelta y despierta. Era limpia y ordenada y muy lista, desplegó su arte con Mario y esta vez le salieron bien las cosas, pues el hombre cayó rendido ante sus encantos y un día le pidió matrimonio.

A Nora le cambió la vida. Su marido era un rico industrial y ella ya podía hacer y deshacer a su gusto. Había conseguido su sueño, salir de la miseria.

Mario se dejaba manejar por ella y hacía todo cuanto ella quería. Cuando Nora conoció a Mariana, esta no le gustó y como Mario estaba resentido con su madre, se dedicó a malmeter hasta conseguir separarlos casi totalmente.

Como los encuentros de suegra y nuera eran cada vez más borrascosos, decidió cortar por lo sano y dejar de ver a su madre.

Tras de Nora, aparece Marina, su nieta mayor. Una chica alta, fuerte, vestida con unos vaqueros y un jersey negro. Es muy guapa, se parece a su madre.  

Mariana la abraza cariñosamente, recibiendo a cambio la frialdad de un abrazo forzado.

Dos lágrimas ruedan por sus mejillas. El frío recibimiento de su nieta, le hace pensar en lo inútil de su viaje.

…”Me quedaré a pesar de todo, me quedaré…”

Pero no puede evitar que su corazón se contraiga dolorosamente.

Marina era su nieta favorita. De niña pasaba temporadas con su abuela. Cuando Nora y Mario iban de vacaciones a algún lugar donde no podían o no querían llevarla.

La niña era muy cariñosa y estaba muy apegada a ella, hasta que Marina cumplió diez años, cuando Mariana preguntó el motivo porque hacían esta diferencia entre Marina y Agustín, al cual sí que se lo llevaban con ellos a todas partes, y se enteró que la niña no era de Nora.

Mario antes de conocer a Nora, había estado viviendo con la madre de Marina, que murió al dar a luz y Mario se quedó con la niña.

Cuando Marina tenía dos años, Mario empleó a Nora en su casa y se casó con ella. Nora no quería a la niña por eso se la mandaba a su abuela los tres meses de vacaciones en verano y cada vez que podía deshacerse de ella, hasta que Mariana se enteró y le montó un broncazo cuando fueron a recogerla. Nora en venganza no volvió a dejarle más la pequeña.

Esa niña tan fría, fue su gran amor durante muchos años. Nora ha conseguido envenenarla y le ha arrebatado todo cuanto ella amaba.

…”No conseguirá amargarme. Esta vez no se va a salir con la suya”…

- Querida suegra, estamos esperando que entres o ¿tendremos que cogerte en brazos?

La voz irónica de Nora, la saca de sus cavilaciones.

 

 ...

 

Instalada en su habitación, se pregunta, si valía la pena luchar tanto por ese hijo, sacrificar los mejores años de su vida y lo más hermoso de su juventud.

Reclinada en la cama, recuerda cuando llegó a la gran ciudad por primera vez. Estaba aturdida, desorientada, perdida como una hormiga en una gran casa. Como apenas llevaba dinero, anduvo sin saber a donde ir, hasta que muerta de hambre y frío se refugió en un gran portal que estaba abierto. Acurrucando a su hijo contra su pecho, se quedó dormida.

Despertó sobresaltada al sentir que alguien la sacudía. Entre las brumas del sueño, empezó a distinguir una cara. Era una mujer.

- ¡Despierta hija, despierta, te vas a quedar helada!

- Perdone señora, ya me voy. No deseaba molestar.

- No molestas, chica, ¿qué haces aquí?

- Acabo de llegar de un largo viaje, estaba cansada y me encontré el portal abierto, me senté a descansar y me quedé dormida. Pero no se preocupe, ya me marcho.

- Son las dos de la tarde, ¿donde piensas ir?

- No lo sé, señora, ya encontraré algún lugar para comer y dormir.

- ¡Anda levántate! Ven conmigo a mi casa. Debes tener hambre y frío.

Mariana contempla a la mujer. Tiene tipo de “mujer de la vida”, sin embargo va muy elegante y envuelta en buenas pieles. Tiene algo que la desconcierta.

La señora coge a Mario de los brazos de su madre y con un gesto la invita a subir…

Desde la ventana Mariana contempla Madrid. El cielo azul-oscuro, casi negro y tachonado de estrellas, sirve de fondo al la sombra de los edificios, que como figuras fantasmales, bailotean bajo las luces de neón.

- La noche ha tenido siempre un gran significado en mi vida. Mi conato de suicidio. Mi primer amor, ladrón de mi virginidad. La muerte de mi padre. Los partos…

La noche es la encubridora funesta de tantos y tantos actos, tanto criminales como naturales; y sin embargo, yo la amo.

Ese silencio maravilloso, que sume a la gente en el descanso, despierta mi alma de poeta fracasada, uniéndola a las estrellas y evadiéndome de todo lo agitado y bullicioso del día.

¡La noche, cuantas cosas oculta la noche! Aquella noche lejana, ya casi borrosa, aquella noche en la noche del tiempo…

- Abuela, la cena está preparada. –Agustín interrumpe sus pensamientos. No tiene ganas de cenar, pero no quiere provocar una tragedia, el primer día de su estancia en casa de su hijo.

- ¡Ya voy hijo, unos minutos y ya voy!

- Vale abuela, mi madre dice que no tardes mucho.

- ¡Tu madre…! vale, vale, me arreglo un poco el pelo y voy enseguida.

 

...

 

Como se temía Mariana, el primer roce con su nuera no tardó en llegar.

La cena de la noche anterior, había transcurrido en una fría y forzada cordialidad. Preguntas cortas, respuestas breves y todos deseando acabar pronto.

Por la mañana, Mariana, no tenía ganas de levantarse. Se sentía cansada del viaje. Los años no pasan en balde.

La muchacha, fue a despertarla muy temprano.

- De parte de la señora, que se levante usted, que la esperan para desayunar.

- Dile “a la señora” que no tengo hambre. Voy a quedarme en la cama. Quiero descansar.

Al poco rato, volvió la chica.

- Perdone señora, Doña Nora dice que debe levantarse. He de hacer la habitación.

Mariana, molesta por la insistencia, responde:

- ¿Es acaso esto un cuartel? He dicho que quiero descansar. He hecho un largo viaje y quiero descansar un poco. Dile a “Doña Nora”, que estoy en casa de mi hijo, no en un cuartel.

A los cincos minutos, Nora, se presenta en la habitación furiosa y le grita:

- ¡Mariana, si vas a estar aquí hospedada un tiempo, habrás de cumplir las reglas y esas reglas las dicto yo!

- Me parece muy bien que lo hagas –Contesta Mariana tranquilamente – Pero te voy a repetir que esta casa es de mi hijo y no estoy hospedada, sino invitada. Respetaré tus reglas el resto de los días, pero hoy, voy a descansar, te pongas como te pongas.

Nora furiosa golpea el suelo con el pie.

- ¡Mariana, no empecemos, tengamos la fiesta en paz!

Mariana se envuelve en la manta y se tapa la cabeza. Nora sale pegando un portazo. Mientras Mariana sonríe maliciosamente.  

 

...

 

Acostada en la cama se deja llevar por sus pensamientos…

Efectivamente, Toña era una prostituta, pero una prostituta de lujo. Ella no se acostaba con cualquier desgraciado. Tenía un amante muy rico – Me contó – Un señor casado que venía a verla una vez al mes y la colmaba de regalos y caprichos. Aquel lujoso apartamento se lo había puesto él y las joyas y visones, eran sus regalos mensuales. Pero Toña no se conformaba con ser únicamente la amante de un solo hombre. Se daba cita con algunos otros a los que les cobraba bastante dinero y aunque aquel señor quería retirarla ella no lo consentía. Además estaba enamorada de un tal Sebastián. Un chulo de barrio que vivía a costa de ella y de muchas otras, aunque a ella no le importaba – decía –porque le quería de verdad.

Toña había depositado a mi Mario, dormido aún, sobre un lujoso sofá, le cubrió con su abrigo de piel y se acercó a mí, me levantó la barbilla y contempló mi cara.

- Eres muy guapa y muy joven, ¿cómo te llamas?

- Mariana, señora.

- ¿Que haces tan sola y con un niño?, ¿es tuyo?

- Sí, señora.

Después de contarle mi historia con Sebastián, le dije:

- He venido a buscar trabajo.

- ¿Y que sabes hacer, chica?

- Pues… solo los trabajos domésticos y coser… Mi madre me enseñó a coser.

Toña encendió un cigarrillo y se sentó en  el sofá, junto a Mario. Lo contempló un rato largo, en silencio. Yo estaba muy nerviosa. Pensaba que quería quitarme a mi hijo y no podía quitar la vista de ella.

Señaló un sillón y me dijo:

- ¡Siéntate!

Después de otro largo silencio en el que volvió a encender otro cigarro, me preguntó:

- ¿Tienes hambre?

- Sí señora, no he comido nada desde ayer.

La señora dejó el cigarrillo en el cenicero y desapareció tras una puerta.

Al poco rato apareció con una bandeja donde humeaba una taza con caldo y junto a esta unos bocadillos y dulces. A mi se me hizo la boca agua y se me salían los ojos de sus orbitas.

- Tomate el caldo, te hará bien.

Mientras yo comía con avidez, me miró compasivamente. Después de un largo silencio, me  preguntó:

- ¿Quieres trabajar para mí?

Asombrada respondí, que yo no sabría hacer lo que hacía ella, que yo nunca había trabajado en esa profesión y unas cuantas disculpas e idioteces, llevada por los nervios y el miedo.

Toña soltó una carcajada y me sacó del error, era para cuidar de la casa.

Salté de alegría por la buena suerte que había tenido. ¡Pobre ingenua! ¡Que cara me costó aquella buena suerte!

 

...

 

Al principio todo iba bien. Yo me encargaba de la limpieza del piso, de la comida y de su ropa. A cambio de un buen salario (que yo procuraba ahorrar al máximo) y una maravillosa habitación para mi y para mi Mario.

Mi vida era tranquila y lo que hiciera o dejara de hacer Toña, aunque yo no lo veía bien, allá ella con su conciencia.

Yo iba guardando aquel dinero, pues con Toña, nada me faltaba, incluso me vestía y vestía a mi Mario.

Pasé en aquella casa un año de ensueño. Creí que ya todos mis sufrimientos se habían acabado.

Llevaba una vida entregada a mi trabajo y a mi hijo, que crecía sano y feliz.

Sin embargo nunca hubiera imaginado lo que el destino me tenía preparado…

 

… El reloj marca las dos de la tarde.

- Voy a bajar a comer, no quiero volver a irritar a Nora…

Con dificultad se incorpora de la cama y se dirige al baño. Una vez duchada y descansada, Mariana se encuentra bien, para bajar al salón.

Su hijo, sentado en el sofá, la mira irritado.

- ¡Mamá!, ¿piensas montar la de siempre?

Mariana le mira con ternura, Nora ya le ha envenenado con su rabieta. Contesta con serenidad.

- Yo no he montado nada, hijo mío, sólo quería descansar un poco. Tu mujer no me traga y desea que me eches, como siempre.

- ¡Mamá, por favor, no hables así de Nora!

- Es la verdad, querido mío. Ella desearía no volver a verme y así será. Después de esta visita, no volveré a visitaros. No soy una persona grata para vosotros, pero como madre, me cuesta mucho renunciar a ti.

No voy a volver a molestaros, díselo a Nora, pero dile también que me deje en paz esta semana. No pienso irme antes, por mucho que me fastidie. Es lo mínimo que pido, verte durante siete días seguidos, ya que nunca he podido disfrutar de ti, más de tres.

Mario apenado ante estas palabras de su madre, piensa en lo injusto que ha sido con ella y arrepentido, la abraza sintiendo el amargo sabor de las lágrimas en sus labios.

Mariana, feliz por este primer abrazo sincero de su hijo, le aprieta contra su pecho, como cuando era un bebé.

Nora aparece y viendo a madre e hijo abrazados, siente que la rabia le roe las entrañas. Furiosa se va por donde ha llegado, dando un portazo que acaba con el tierno abrazo.

Mario corre tras ella y Mariana moviendo la cabeza con signo de desesperación y secándose las lágrimas grita en voz alta.

- ¡No me iré bruja, no me iré aunque revientes de rabia…

- ¿Con quien hablas abuela?

Agustín que acaba de entrar, mira sorprendido a Mariana.

- Conmigo misma, hijo. Los viejos solemos hablar solos, ya que no tenemos quien nos escuche.

Agustín sonríe a la abuela sin comprenderla –“Debe estar chocheando”

- Abuela, la chica del tren pregunta por ti.

- Pues hazla pasar.

Mariana se alegra de volver a ver a aquella chiquilla tan simpática. Eloisa entra en el salón, no tiene muy buen aspecto.

- ¡Hola Eloisa!

- ¡Hola Doña Mariana!

- ¿Qué tal te ha ido en tu primer día de aventura madrileña?

- No muy bien señora, no muy bien.

Mariana advierte que Eloisa aún lleva su equipaje con ella.

- ¿Que pasa, no encuentras trabajo?

- Aún no lo he buscado. He dormido en el andén del metro, no tenía dinero para una pensión y he pasado la noche allí.

- ¿Pero criatura como has venido a Madrid sin dinero?

- El único dinero que pude reunir, fue para el billete de tren.

- ¿Has comido?

- No señora.

Mariana llama al timbre. La chica aparece.

- ¿Que desea señora?

Lleva esa maleta a la habitación donde duermo y prepara otro servicio a la mesa. Vamos hija comerás con nosotros y cuando descansemos vamos a dar un paseo.

La invitación de Mariana, a una desconocida, ha provocado un nuevo conflicto en la familia.

Nora se ha levantado de la mesa y se ha negado a comer.

Mariana ha pasado olímpicamente de su nuera y Mario se ha marchado fuera de casa irritado y molesto.

 

 

...

 

Mariana y la chica, han terminado de comer. Eloisa un tanto violenta ante la actitud de aquellos señores. Mariana tranquila y pasota.

- Si preguntan los señores, dile que he ido a casa de una amiga, voy a pasar la tarde allí, y volveré tarde.

- Sí, señora.

- La chica mueve la cabeza pensativa.

- ¡Que familia esta…!

Mariana llama un taxi. Ya en el coche pregunta a Eloisa.

- ¿Qué vas a hacer, chiquilla alocada? ¿Cómo te las vas a apañar?

- Buscaré trabajo inmediatamente.

- ¿Acaso crees que eso es tan fácil, qué sabes hacer?

- Sólo las tareas de casa. En mi pueblo era pastora y cuando murió mi madre, me hice cargo de mi casa y mis hermanos.

Estremecida por la semejanza, le suplica

- ¡Márchate, márchate al pueblo hija… Madrid no es un buen lugar para vivir sin dinero.

- No puedo volver señora, estoy embarazada y mi padre me echó de casa.

La chica la mira llorosa. Mariana siente miedo por la joven. Madrid la destruirá como la destruyó a ella.

Antes de visitar a su amiga Fanny, hace un descanso en una cafetería cercana a la cas. No está muy segura de que su amiga siga en aquella casa, ni tan siquiera puede asegurar que esté viva, pero quiere visitarla y lo comprobará.

Pide un café y la chica un batido. Enciende un cigarro y se queda pensativa.

- ¿Que habrá sido de Fany, hace tanto que no se de ella?

Apura el café y el cigarro y se dirigen a la dirección que recuerda en la Gran Vía.

Una voz responde al portero automático.

- ¿Quién es?

- Mariana.

- ¡Mariana!

Un grito de alegría contesta a la llamada. Se abre la puerta y las dos mujeres suben a un ascensor que a la chica le parece una jaula, pero no dice nada.

Al abrirse la puerta del piso, una alegre anciana se abraza a Mariana.

- Quita, quita Fany, que me vas a asfixiar.

Fany la besa y abraza con gran alegría.

- ¡Marianita, que de tiempo sin vernos! ¿Cómo es que has venido a Madrid? ¿Le pasa algo a Mario?

- No hija, gracias a Dios todos están bien. Me ha invitado a pasar unos días.

- ¡Quééé!

- Como lo oyes y aquí estoy.

- ¡Vaya sorpresa! ¿Quieres un café y me lo cuentas todo?

- Venga. Mira te presento a Eloisa. Ha venido de lejos a buscar trabajo. Después te digo lo que he pasado.

- Vale, voy por el café.

Mariana se sienta en la mecedora y echa un vistazo al salón. Todo está igual que entonces, nada ha cambiado. Pero todo está muy viejo, pero la verdad que bastante limpio. Aunque el olor a casa vieja, se le mete en la nariz.

- Fany debe andar por los ochenta, creo que ya los habrá cumplido o quizás me equivoco, porque eran unas hermanas. ¿Cuántas? Ya no lo recuerdo. Eran varias y quizás Fany fuera de las pequeñas… ¡Que memoria la mía!...

- ¿Decía usted algo?

- No hija, hablo sola, como las viejas, je, je, je.

 

 

...

 

Fany hace un café delicioso y saca unos dulces que están riquísimos y que los hace ella misma.

Mariana contempla como la chica come casi con agonía. ¡Es tan delgada, tan menuda! Parece tener sólo doce o trece años. Al recuerdo le viene su hija cuando tenía más o menos esa edad, y quería salir sola con sus amigas, cosa que ella no le permitía.

- ¿Que edad tienes Eloisa?

- Dieciséis años.

- ¿Cuándo te dejó tu madre salir sola?

- ¿Salir sola dice usted? Usted no ha vivido en un pueblo de campo, ¿verdad?

- Pues sí, allí me crié. ¿Por qué?

- Porque debería saber que los niños en el campo, estamos más tiempo solos que acompañados. Cuando mi madre se iba a faenar al olivar o iba a lavar ropa al río. Nos dejaba solos desde muy pequeños. Los mayores cuidaban de los demás.

Empecé a cuidar ovejas en el monte, a los siete años, pero antes ya correteaba por donde me daba la gana.

Mariana piensa que ha metido la pata y cambia de conversación.

- Fany, ¿tu no necesitas a nadie que te ayude en la casa?

- Pues sí, Mariana. Isabel, la mujer que siempre ha estado conmigo, es ya muy mayor y su hija se la ha llevado con ella. Llevo varios días con un anuncio en el periódico. Pero las chicas que han venido, no me terminan de gustar.

- ¿Por qué no pruebas con Eloisa? ¿Ya sabes que viene de lejos y no conoce Madrid?

- Pues… si ella quiere…

- ¡Claro que quiero señora! Estoy en la calle y no tengo donde ir.

- Bueno, bueno, te quedarás de prueba, pero yo soy una cascarrabias, a ver si aguantas.

Mariana sonríe feliz. Sabe que Eloisa estará en buenas manos, al menos mientras esté con Fany. Fany es una bellísima persona.

Al llegar a casa, Mariana tuvo que cenar sola. Su hijo había ido a un asunto de trabajo. Los chicos estaban de juerga y Nora cenó en su habitación para no encontrarse a solas con su suegra.

Se fue a la cama y los recuerdos la envolvieron, volvió a aquella noche nefasta…

…El niño había tenido un poco de fiebre y yo terminé agotada e inquieta hasta conseguir bajársela.

Me acosté temprano y el sueño me rindió.

Unos golpes y un ruido de voces, me despertaron. Me acerqué a la habitación de Toña. Ella y un hombre discutían acaloradamente. Oí el llanto desconsolado de la señora y unas palabras entrecortadas de súplica.

- ¡No,…por favor… no lo hagas…!

Y la voz del hombre en tono amenazador

- ¡Te mataré, te juro que te mataré!...

Hubo como un ruido de lucha y de chocar contra los muebles…

El miedo pudo más que mi afecto por Toña, volví sigilosamente a mi habitación. Luego todo quedó en silencio y me dormí.

Una hora más tarde oí al hombre, llamándome con voz potente.

- Mariana, ven por favor

Me puse una bata y muerta de miedo acudí a la llamada.

Toña fumaba un cigarrillo, aparentemente calmada. La habitación estaba en desorden, pero no había ningún signo de lucha.

El hombre, que me daba la espalda, se volvió al oírme entrar.

- ¡Sebastián!

Mi grito resonó en el silencio de la noche. Haciendo saltar de la cama a Toña.

 

 

...

 

Toña me miró inquisitivamente y con voz extrañada me preguntó:

- ¿Lo conoces?

Yo iba a contestar que sí, pero la mirada amenazadora de Sebastián, me paralizó. Dije que no con la cabeza. Él contestó por mí.

- La chica se ha confundido. Tengo una cara tan vulgar, ¿verdad chica? Je, je…

- Sí, sí, me he confundido. ¿Deseaban algo los señores?

- Sí bonita, trae una botella de champagne y tres copas.

Obedecí sin rechistar. Mientras me dirigía a la bodeguita, iba pensando en él. Era Sebastian, el padre de Mario y el chulo de Toña. El hombre que me había abandonado y me había obligado a huir de mi pueblo. Era el canalla de los ojos preciosos que me enamoró y me enloqueció. Y ahora estaba allí, con Toña.

Llevé la botella y las copas a la habitación y las serví, Sebastián me obligó a beber con ellos.

Mientras bebía, eché un vistazo a la desordenada habitación. No había huella de lucha, tal vez yo lo había soñado. Sobre la cama se encontraban desparramados unos papeles y el joyero de Toña abierto con las joyas esparcidas alrededor. Todo parecía normal. La señora era muy desordenada. Tal vez todo había sido producto de mi imaginación. Ellos reían y bebían.

Estuvimos charlando varias horas. Sebastián tuvo el descaro de preguntarme por mi vida y cuando iba a recoger las copas, me dijo:

- Déjalo, Mariana, ya lo haré yo, tu vete a dormir y descansa. Bastante te hemos molestado ya.

Me fui a dormir y como todo parecía tranquilo me dormí pronto. Entre sueños oí la voz de Toña pidiendo ayuda, pero estaba tan borracha y cansada, que no supe si era un sueño otra vez o gritaba de verdad.

A la mañana siguiente, llevé a Mario al colegio y después me puse a hacer la limpieza. Yo siempre empezaba por la habitación de Toña, pues esta con sus juergas nocturnas, era la más alborotada y como ella siempre terminaba la juerga en la calle y no volvía hasta las doce del mediodía para descansar. Yo procuraba acabar pronto las tareas para no molestarla.

Llamé a la puerta, por si acaso estaba en la habitación. Al ver que no obtenía respuesta empujé la puerta y me sorprendió que estuviera abierta, ella siempre cerraba por dentro para dormir. Toña estaba en la cama, cerré la puerta y volví a mis tareas.

Al anochecer, extrañada de que no me llamara como siempre volví a la habitación, seguía en la cama. Hice como que tropezaba con varios objetos, pero no respondió.

Toña cogía unas buenas borracheras, pero al atardecer me llamaba para que le sirviera un café o una tónica y así despabilaba.

Estuve dudando en despertarla. Tal vez la juerga con Sebastián había sido demasiado intensa.

- Toña –musite en tono muy bajo –Señora son las diez de la noche y tiene una llamada.

Alcé la voz

- ¡Toña, responda!

Encendí la luz, ella no se movió, la zarandeé y me di cuenta que estaba helada con los ojos vueltos.

- ¡Dios mío, está muerta!

 

 

...

 

Toña estaba muerta. La frialdad de su cuerpo atravesaba el mío. La abrazaba y no podía creerlo. Llamé a Sebastián, este acudió rápidamente.

La policía me volvió loca haciéndome preguntas que yo dudaba en contestar. También interrogaron a Sebastián. Él negó haberse encontrado allí la noche anterior y el portero, no le había visto entrar.

Cuando le hicieron la autopsia, descubrieron que Toña había sido envenenada. El veneno se encontró en la copa de champagne, que había tomado la noche anterior. La policía sólo encontró en el fregadero dos copas. La de Toña y la mía con mis huellas. La de Sebastián no apareció por ningún sitio, mejor dicho, se encontraba limpia en la cocina, como si no la hubiera usado.

Yo le conté a la policía todo lo que había pasado aquella noche, pero no me creyeron, porque Sebastián lo contó todo de forma que las sospechas cayeron sobre mí.

Les hablé de los papeles que había sobre la cama y del joyero. Los papeles no aparecieron, pero las joyas se encontraron escondidas en mi armario.

Yo sabía que todo lo había maquinado Sebastián, pero no entendía el por qué. Fui procesada y condenada a muerte. Un señor abogado, cliente de Toña, que me había tomado mucho afecto, consiguió que me conmutaran la pena de muerte por la cadena perpetua. Él sabía mi historia y conocía muy bien a Sebastián, pero no pudo hacer nada más por mí, todo me condenaba.

Cumplí cinco años en prisión, pero un suceso semejante protagonizado por Sebastián hizo que las sospechas cayeran sobre él. Al morir en idénticas circunstancias, otra prostituta de lujo con la que vivía y al comprobar que había sacado todo el dinero de Toña y vendido sus joyas y sus propiedades. Al ser investigado aparecieron los papeles de los que yo hablé en el juicio, en los cuales Toña le cedía todas sus propiedades en caso de muerte, así como otros documentos firmados por la nueva victima.

Sebastián fue detenido y condenado a muerte, pero un indulto del Dictador, le salvó la vida. Dios sabe que habrá sido de él.

Yo recobré mi libertad, pero aquello me marcó para siempre. Mario nunca comprendió por qué había pasado cinco años de su vida en un orfanato y nunca me perdonó mi supuesto abandono.

Cuando salió del colegio había cumplido ocho años y lo mejor de su infancia se lo había pasado sin el cariño de su madre…

Por fin el sueño la vence y sueña que su hijo Mario sale del orfanato, la mira con sus ojillos llenos de odio y la acusa con el dedo.

Mariana se estremece, la figura del niño crece y crece hasta llegar al cielo, su cabeza rompe una nube y la nube suelta una lluvia de sangre. La sangre va cubriendo la Residencia y los ancianos nadan desesperados en aquel río rojo tratando de alcanzar la salida… La salida se tapona con sus cuerpos y sus cuerpos se hinchan e hinchan y se convierten en un globo. El globo explota y los trozos se convierten en estrellas. Cada estrella tiene la mirada acusadora de Mario… Los ojos cada vez son más grandes… más grandes…

Mariana despierta con el corazón latiéndole a toda velocidad y una gran sensación de ahogo.
 

 

(Novela de Concha Quintero, Derechos Reservados)

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